domingo, 1 de marzo de 2009

Sus pensamientos en el aire (versión entera)

Entonces él se acerca, así como con prisa. No. Mejor se acerca lentamente. El Sol se ha puesto y hace un poco de frío. Calmado, se sienta en el otro columpio, y me habla. Me habla con esa voz...
-No sé por qué sabía que te encontraría aquí.
Dicho esto, yo ceso el movimiento de mis piernas, y empiezo a descender lentamente.
-Aquí me tienes.
-Hoy no estabas bien,¿verdad?Tus ojos no brillaban así como suelen hacerlo. Y tampoco has llegado a tu número habitual de bromas.
No le replico ni plante ninguna pregunta sobre su comentario. Me emociona que se fije en el brillo de mis ojos. Todo es muy romántico. La Luna me ilumina la cara, y parezco muy serena. Debería rezar para que se parase el tiempo.
-Sí, bueno, suelo refugiarme aquí en días como hoy. Es que me he vuelto a pelear con ella y sentía la necesidad de volar...
Él escucha con atención, y yo sigo con mi relato:
-Cada día está más egoísta. Pero eso es otra historia. Una historia a la que se suman muchas otras historias, hasta llegar al punto de querer hibernar. Pero en lugar de eso, vengo aquí, a tocar las nubes. Porque aquí pienso... es extraño. Es como si pudiera reparar mi corazón, porque hoy me duele el corazón.
-Dichoso corazón. ¿Puedo ayudar en algo?
-No, porque tú eres una pequeña parte de esas historias.
-¿Qué te he hecho?
Quizás no hubiera tenido que decir mi última frase. Pero como en la realidad no se puede volver atrás, sigamos.
-No me has hecho nada. Sólo puede arreglarse desde dentro, con música o algo así, supongo.
-¡Pues déjame entrar y yo lo arreglo!
-Tú siempre has estado en mi corazón.
El columpio ya no se mueve, y soy presa de la situación. Él se levanta, indeciso quizás. Al parecer, su indecisión termina y se acerca a mí. Torpemente deja reposar sus manos en mis rodillas. Está asustado; estamos asustados. Yo escondo la mirada.
-Mírame.
-No puedo mirarte.
-Mírame a los ojos, por favor.
-No puedo.
-¿No eres capaz de mirarme pero sí de admitir tus pensamientos y compartirlos conmigo?
-Sí.
-¡Ni yo soy capaz de eso!
Lentamente levanto la cabeza. Me está mirando.
-Tú lo sabes desde hace tiempo. Sabes que te quiero. Y sabes también que no soy capaz de admitirlo.
Yo le miro a los ojos y un dulce te quiero acorta la distancia entre nuestras bocas. Nuestras frentes se pegan y nos miramos. Él susurra sus dos palabras mágicas. Un beso largo y bonito. Mis manos en su cuello; las suyas en mi cintura; el columpio se balancea.