domingo, 18 de octubre de 2009

Dramatis Personæ

Y es que ellos no tienen sus problemas. Ni tienen ocasión de sentirse marginados o maltratados, ni desgraciados ni desdichados, porque ellos son blancos y la sociedad los acepta.

Pueden ir al instituto y mostrarse prepotentes, y saber que a sus compañeros les va a gustar y ellos se sentirán realizados creyendo en su interior que son líderes. Podrán entrar en auto-cine sin problemas, porque saben que el hombre al que le tienen que pagar las entradas de los pocos que no irán escondidos en el maletero como polizones les sonreirá y les deseará que disfruten, y que al ir a comprar palomitas podrán flirtear con la pobre chica que tendrá que pasar un sábado noche trabajando.

Porque ellos pueden hacer eso y mucho más.

Y saben que si cualquier chico de los que están en ese momento corriendo y sudando para poder mostrar que también son humanos, que viven y tienen sentimientos, hiciera algo de lo que ellos tienen total y absoluta libertad serían condenados y sufrirían abusos, porque los blancos protegen a los blancos, y los negros simplemente sufren su impuesta condena por negros y odiados. Cada uno en sus propios círculos, y pobre del que se salga.

Por este motivo, creyéndose superiores, muestran sus viles caras donde Turner y sus amigos pueden intentar ser felices por unas pocas horas, amargándoles su día a día.

Porque así somos los humanos. Nos levantamos por las mañanas sin saber que nos depararán las siguientes horas antes de volver a dormir. Nos vestimos y nos erguimos para mostrar una falsa seguridad en nosotros mismos. Amamos y odiamos, subimos y bajamos, vamos y volvemos, gritamos y callamos, siguiendo lo que nos escribe la sociedad y el corazón.

Porque Turner, Jeff y sus amigos, enemigos, amantes, familias, etc.; tú, pobre y desgraciado lector que aguantas esto, y los tuyos; yo misma que lo escribo y los míos; todos y a la vez nadie tejemos un triste dramatis personae de un drama coral al que alguien tuvo la maquiavélica idea de llamar Vida Humana.

lunes, 24 de agosto de 2009

Cuando el último suspiro abandona

El silencio dominaba la sala común donde diez camas estaban ocupadas. Los pacientes agonizaban entre gritos sordos. Algún robot, blanco inmaculado como lo eran las paredes y con su identificación escrita en rojo sobre su cuerpo central, entraba y salía para comprobar el estado de esos hombres. Todavía no eran herramientas muy avanzadas, aunque lo bastante eficaces para encargarse del cuidado humano.

En el fondo de la sala, en la última cama, un hombre de edad ya avanzada y por el cual la tecnología no significaba nada -notable por como era de desagraciado su estado físico- sufría un paro en el corazón que ni la corriente que le era aplicada resultó suficiente para salvarle la vida.

Junto a aquel pobre recién fallecido, otro hombre más joven y tranquilo, de estado estable, sostenía en sus manos una pantalla fina como lo era una hoja de papel, con la última actualización de la noticias, datadas del 9 de mayo de 3027. Frente a él, una mujer dormía poseída por el dolor de todas las heridas que tenía a lo largo y ancho de todo su cuerpo.

Hombres y mujeres entraban en la sala. Otros hombres y mujeres salían de la sala. Esposas, maridos, hijos, amigos, amantes, doctores, periodistas con sus aparatos de grabación, hombres encargados de retirar a los que ya habían dejado escapar su último suspiro de vida, otros hombres que controlaban unas camillas aerostáticas llevando más afectados de la pandemia a las camas que iban quedando libres...

No pasaban más de tres días seguidos con las mismas personas tumbadas en esas colchas incómodas.

La gente moría día tras día.

Dos jóvenes enfundados en uniformes blancos, con el mismo corte de pelo reglamen-tario y perfectamente sincronizados en sus movimientos -como lo eran todas las parejas de trabajadores de aquel edificio- entraban con un señor ya mayor, carcomido por la edad, el alcohol y la lujuria, con la mirada clavada en el techo agrietado y sin capacidad de moverse, seguido de todo un ejército de mujeres: tanto jóvenes como ya algo mayores.

Frente a la puerta corrediza de movimiento automático, reposando la espalda en la pared del pasillo en frente de aquel cubículo donde vidas y más vidas se entremezclaban, se iban o se perdían, un hombre de aspecto devorado por el cansancio observaba con un brillo de decepción en los ojos. Sus labios mostraban inconformidad, y su rostro en general dibujaba preocupación.

Una mujer de bastante menos edad que aquel retrato de la preocupación se acercaba con paso decidido, sosteniendo otro tipo de pantalla con la misma actualización que se les ofrecía cada mañana a todos aquellos desgraciados que acababan en la sala terminal.

Alargó el brazo, colocando justo a la altura de los ojos de aquel al que iba a ver, mostrando el titular que había escrito.

-Ya conozco los titulares, no necesito que nadie de la Federación me lo enseñe -le espetó sin apartar la mirada de aquellas puertas transparentes.

-La gente muere, Doctor Taylor.

-Bastante bien lo sé. Mire Usted esta sala que tenemos aquí. Diez camas no son suficientes para ellos, y son sólo los que van a morir pronto, demasiado pronto.

-Haga algo, entonces, ¿o acaso resulta que es un inepto?

-No señorita. Todos ustedes saben de sobras que yo no puedo hacer nada. La gente muere y yo lo presencio. Veo mujeres que entran en la sala como esposas y acaban saliendo de ella como viudas. ¿Cree usted que es un espectáculo digno de ver? Porque no es así. Y yo no puedo hacer nada por ellos...

martes, 30 de junio de 2009

Lágrimas sobre un piano antiguo

Al abrir los ojos, tras una pieza corta, se vislumbraban unas lágrimas tímidas y furtivas, que empezaron a deslizarse mejilla abajo. Sollozó. Inés le abrazó.

-Suéltame, que es vergonzoso.

-¿Sabías que cuando llevan a las vacas al matadero, antes se les aplica presión? Sirve para que se calmen. Les baja la presión de la sangre y se relajan. Así que déjame, que ya me cuesta lo mío abrazarte con fuerza, que eres muy grande.

Pedro no decía palabra alguna. Agarraba con fuerza el brazo de Inés,  para que no le dejara ir. Inés apoyó su cabeza en su hombro.

-Venga, cálmate. ¿Qué te pasa, por qué lloras?

-No lo sé...

Pedro parecía débil. Inés le besó en la mejilla con cariño.

-No lo sé. Me ha devuelto muchas sensaciones... recuerdos. Hacía años que sólo tocaba para mí mismo. Siempre me he sentido mal por haberlo dejado. Siempre me he arrepentido, ¿sabes?

-¿Entonces por qué lo dejaste? Realmente tienes talento.

-Yo no sabía que ahora me sentiría así. No soy vidente. No podía ser. Todos los chicos hacían cosas más... Y yo me sentía diferente. Así que lo dejé.

-Nunca debiste haberlo dejado.

-Lo sé. Ahora lo sé.

Pedro lloraba. Con la respiración levemente más pausada, se giró hacia la chica y la abrazó. Ella se sintió extraña, pero también hizo lo mismo. Se mantuvieron juntos hasta que la explosión de sentimientos reprimidos dejó a Pedro respirar con aparente normalidad. La soltó y se levantó. Abrió la puerta y se volvió.

-Lo siento, en serio. Gracias por todo, Inés, gracias. Creo que será mejor que me vaya. Si le cuentas a alguien lo que ha pasado, lo negaré.

-¿Qué ha pasado? Yo ya no me acuerdo –respondió con ironía.

-Gracias por devolverme una de las cosas que más he querido.

domingo, 1 de marzo de 2009

Sus pensamientos en el aire (versión entera)

Entonces él se acerca, así como con prisa. No. Mejor se acerca lentamente. El Sol se ha puesto y hace un poco de frío. Calmado, se sienta en el otro columpio, y me habla. Me habla con esa voz...
-No sé por qué sabía que te encontraría aquí.
Dicho esto, yo ceso el movimiento de mis piernas, y empiezo a descender lentamente.
-Aquí me tienes.
-Hoy no estabas bien,¿verdad?Tus ojos no brillaban así como suelen hacerlo. Y tampoco has llegado a tu número habitual de bromas.
No le replico ni plante ninguna pregunta sobre su comentario. Me emociona que se fije en el brillo de mis ojos. Todo es muy romántico. La Luna me ilumina la cara, y parezco muy serena. Debería rezar para que se parase el tiempo.
-Sí, bueno, suelo refugiarme aquí en días como hoy. Es que me he vuelto a pelear con ella y sentía la necesidad de volar...
Él escucha con atención, y yo sigo con mi relato:
-Cada día está más egoísta. Pero eso es otra historia. Una historia a la que se suman muchas otras historias, hasta llegar al punto de querer hibernar. Pero en lugar de eso, vengo aquí, a tocar las nubes. Porque aquí pienso... es extraño. Es como si pudiera reparar mi corazón, porque hoy me duele el corazón.
-Dichoso corazón. ¿Puedo ayudar en algo?
-No, porque tú eres una pequeña parte de esas historias.
-¿Qué te he hecho?
Quizás no hubiera tenido que decir mi última frase. Pero como en la realidad no se puede volver atrás, sigamos.
-No me has hecho nada. Sólo puede arreglarse desde dentro, con música o algo así, supongo.
-¡Pues déjame entrar y yo lo arreglo!
-Tú siempre has estado en mi corazón.
El columpio ya no se mueve, y soy presa de la situación. Él se levanta, indeciso quizás. Al parecer, su indecisión termina y se acerca a mí. Torpemente deja reposar sus manos en mis rodillas. Está asustado; estamos asustados. Yo escondo la mirada.
-Mírame.
-No puedo mirarte.
-Mírame a los ojos, por favor.
-No puedo.
-¿No eres capaz de mirarme pero sí de admitir tus pensamientos y compartirlos conmigo?
-Sí.
-¡Ni yo soy capaz de eso!
Lentamente levanto la cabeza. Me está mirando.
-Tú lo sabes desde hace tiempo. Sabes que te quiero. Y sabes también que no soy capaz de admitirlo.
Yo le miro a los ojos y un dulce te quiero acorta la distancia entre nuestras bocas. Nuestras frentes se pegan y nos miramos. Él susurra sus dos palabras mágicas. Un beso largo y bonito. Mis manos en su cuello; las suyas en mi cintura; el columpio se balancea.

sábado, 7 de febrero de 2009

Helado

Enfundada en una capa de crema solar, caminabas con tu padre junto al mar. Tenías cuatro años, y tu helado de vainilla bastaba para llenarte de felicidad. Cerca había un grupo de niños que jugaban con una pelota. Con la Eurocopa, habían brotado partidillos por toda la playa. Pero la desgracia acechaba el momento. Una patada demasiado impetuosa envió la pelota directa a tu brazo.
El helado del que tanto disfrutabas fue a parar a la arena y empezó a derretirse con el sol. Las olas irrumpieron en el cucurucho, arrastrando tu felicidad cual barco sin vela. No pudiste evitar romper a llorar.
Tu padre no pudo evitar comprarte otro helado, del que volviste a disfutar.

sábado, 24 de enero de 2009

Austin Berger

Ambos habían crecido juntos, como dos hermanos. Muchos días el Doctor se mostraba entristecido, pues opinaba que su hijo debía recibir una mejor educación. Se lo podía permitir. Cuando el niño hubo alcanzado la edad de siete años lo matriculó en un colegio inglés, en Londres. Envió al chico a continuar con sus estudios.
Regresaba al pueblo tres meses en verano y uno en invierno. Cada vez que lo hacía portaba un presente para su amiga Suri. Le enseñó las cosas más bellas de la humanidad. Le brindó la oportunidad de adentrarse en un mundo todavía desconocido para ella: el mundo del arte, donde todo tipo de obra es bienvenida.
Le traía libros para leer, cuadernos para escribir junto al material necesario, cuando iba a algún museo le compraba una guía de todas las obras para que también ella las pudiera observar, le enseñaba películas en un pequeño aparato electrónico, etc. De esta forma, la niña logró reunir una amplia colección de literatura, tanto impresa en libros como de su propio puño y letra; un gran escaparate de cuadros y esculturas, y el haber en su mente grabado todas las películas que había visto.
Pasados unos años, cerca ya de la actualidad, el muchacho le regaló un aparato para escuchar música. Le trajo unos discos de jazz, diciéndole que era la mejor música jamás compuesta, y ella le creyó. Le trajo también canciones de piano. Decidió que sus canciones favoritas era de Michael Nyman en la suite The Piano. Las tarareaba día y noche, y él se sentía bien por hacer feliz a esa chica.
Austin fue quien le enseñó todo lo que ahora amaba. Le había explicado también cómo era su vida en Inglaterra, haciendo que ella también quisiera ir.
Austin lo era todo para ella, su amor; y era posible que ahora pereciera.

lunes, 19 de enero de 2009

Las Emociones

Pregar no sirve. Lo que uno quiere, se lo gana.
Y para ganar hay que luchar. Y la victoria sabe mejor cuanto más has caído en la lucha, si no has perdido la sonrisa. Como Aristóteles dijo: lo que con mucho trabajo se adquiere, más se ama. Ese hombre siempre tiene razón, y siempre la tendrá.
Yo voy a tener que luchar. Y será una batalla ardua, tanto como el camino hacia la verdad. Porque vivimos en una mentira, una mentira de verdad. Todos. Ahora mismo vivo una. Voy a tener que luchar, por salir de la discordia variopinta. Y ser alguien. O una escritora famosa o una especialista en el ámbito de la química. Y voy a tener que ganármelo. Porque las personas solo aprendemos a caminar cuando nos caemos, y aprenden más rápido aquellos que solos se levantan. Y para llegar a mi destino voy a tener que caminar, caminar mucho.
[...]
Se dice que es admirador del teatro, también.
¿Era esa su mayor afición?¿Y de quien no?El teatro es simplemente una sarta de mentiras. Donde el más embustero es quien mejor se desenvuelve. El teatro es falsedad. Dejas que los actores te engañen y te adentren en su juego. Si son bueno lo consiguen. Y cuando el espectáculo termina, la realidad te abofetea por haberla abandonado y disfrutado sin ella. La realidad es demasiado abrumadora. Y el teatro, la mentira en general, su enemigo. La mentira es el poder y nuestra vida. Que viva el teatro, señores. Que viva.

martes, 13 de enero de 2009

La Felicidad by Suri


Felicidad, un concepto tan etéreo... ¿Acaso sabemos qué es la felicidad? Algo muy subjetivo, desde luego. ¿Cómo se consigue la felicidad?Tanta gente buscándola y tan pocas respuestas... Incluso Will Smith la buscó junto a su hijo en la gran pantalla, si no recuerdo mal. Mas ahora no llego a recordar si lo logró. Para mí, la felicidad reside en todas las cosas, en el día a día; el presente. Hay que disfrutar cada día de nuestras vidas. El pasado, pasado está, y el futuro por llegar. Lo que de verdad importa es el ahora. Dibujar me hace feliz. Leer me hace feliz. Escribir me hace feliz.
Creo ser feliz.

lunes, 12 de enero de 2009

Escribir


La clase pasó lenta. Hugh estaba tranquilo en su mesa, algo extraño en él. Estaba escribiendo.
-¿Qué haces? -preguntó Nicole, intrigada.
-Escribo.
-Eso ya lo veo.
-¿Entonces por qué preguntas?
-Formalidades -la chica hizo una pausa-. ¿Y qué escribes?
-No estoy muy seguro...
-¡Estás escribiendo sin saber el qué!
-Supongo que sí -dijo mientras asentía con la cabeza dando más poder a la respuesta. 
-Eres de lo más rarito -Hugh siguió escribiendo mientras su compañera seguía los movimientos de su mano-. ¿Puedo leerlo?
-¿Puedo contarte otro secreto?
-¿Acaso no confías en mí?¡Vaya pregunta! -el chico la miró y soltó el lápiz.
-Estoy escribiendo un libro, pero no se lo digas a nadie, por favor -ella le hizo una señal con la cabeza dándole la razón-. Muchas gracias, tú sí que eres una amiga. Luego te dejaré leer este trozo que hago ahora.
Nicole asintió.
-Hola chicos -Laura les interrumpió. Hugh tiró al suelo el cuaderno en el que escribía y lo tapó con un libro. La chica que acababa de llegar lo miró extrañada-.¿Qué escondes?
-Nada, nada...
-Te he visto, Calixto -se rió de lo acababa de salir de su boca-. ¿Qué estabas escribiendo?
-Chuletas para el examen de química.
-¡Pero si no tenemos ninguno!
-Pero algún día vamos a terminar el tema, ¿verdad? Toda precaución es buena.
Se fueron a sentar cada uno en su sitio. El profesor ya había entrado. Hugh seguía escribiendo en su cuaderno. No prestaba atención. El profesor lo llamó, sin embargo él no se dio cuenta. Se le acercó por detrás y le robó el cuaderno. Le preguntó si tenía la mínima noción sobre el contenido de la explicación, y éste lo negó. Luego lo expulsó de la clase. Hugh le contestó que si no le devolvía su cuaderno, nadie sería capaz de echarle. El profesor, desconcertado, bajó la guardia y el alumno le arrancó el cuaderno de las manos. Se dirigió a la mesa de Bom y le cogió un bolígrafo. Éste lo miró extrañado.
-Ya te lo devolveré cuando regrese, no te preocupes. ¿Lo necesitas? -el chico negó con la cabeza, y él se alejó y salió del aula.

viernes, 9 de enero de 2009

Los Amigos

Hacía sol, mas los bancos de piedra del parque seguían húmedos, pues por la mañana se había dado la posibilidad de que hubiera llovizna. Y así había sido.
Pero tal suceso no incomodaba a los jóvenes, y se sentaron sin más dilación. No era para ellos un estorbo, dicha humedad.
-¡Vamos a comprar unas birras! -sugirió Anîs, representando una escena improvisada de un hombre quien había bebido demasiado alcohol y va dando zumbos por la calle, esperando que a sus amigos les hiciera gracia.
-No, hombre, ¡que todavía no es hora de beber! -le siguió Aitor.
-¿Cómo le van a vender cerveza a uno que tiene nombre de licor? Para eso te bebes a ti mismo -le atacó Bruno.
Todos se rieron, causando un gran estruendo. Incluso la víctima de los comentarios, de quien eran las carcajadas de más volumen. Si se trataba de Bruno o de alguno de los otros dos chicos, no le importaba que se mofaran de su nombre.
-¡Sin beber estás más mono, licorcín! -lo remató Jandro.
Anîs le saltó encima, como si fuera a pegarle por tal burla. Pero no paraba de reir, y eso delataba sus intenciones.
Pero, de repente, a Aitor, que seguía sentado en el banco gozando del espectáculo que ofrecían los demás, podría decirse que se le encendió la bombilla. Una idea.
-¡Ya sé qué podemos hacer!
-Ay Dios, qué miedo me das...
Y los tres chicos restaron ansiosos a que expusiera su propuesta.

miércoles, 7 de enero de 2009

Último adiós


Llevo ya tres años aburriéndome entre estas tres paredes y la gruesa capa de barrotes de hierro oxidado. Pero ya mismo todo va a terminar. Me van a ejecutar. Cometí un crimen del que jamás podré pagar las consecuencias, y mi castigo se materializó en forma de "pena de muerte".No estoy seguro de que dando mi mi vida pueda enmendar el peor error que jamás he cometido...
Algunos opinan que desde el fallecimiento de mi esposa me he convertida en un sádico sin corazón ni compasión. Yo creo que mienten, no soy ningún monstruo, sólo soy... especial. Si a ellos se les hubiera aparecido ante sus atónitos ojos aquella silueta negra tan grande, tan grotesca, tan escalofriante... no sé lo que habrían hecho, ¿en qué se habrían convertido? El hedor que desprendía aquel ser no es comparable a ningún otro, simplemente único. Aquella pestilencia me hizo reflexionar. Después, el ladrón de las sombras y la oscuridad se desvaneció, llevándose a mi mujer.
[...]
Me miran como a un bicho raro. Me han rapado la cabeza. Parezco recién salido de un campo de concentración. Llevo un guardia en cada lado. Me acompañan hasta la última sala que verán mis ojos. 
Me siento en la silla de la muerte. Con una esponja de grandes dimensiones me humedecen la cabeza. Ahora sí ha llegado el momento.
-¿Alguna última voluntad?
-Que mis cenizas fluyan en el mar...
-Entendido... ¿listo?
Pronto llegará ante mí esa misma criatura que me robó a mi amada. Y yo la acompañaré al más allá. Entonces me encontraré con mi esposa, y estaremos juntos el resto de la eternidad. Aquí está, ya ha llegado. Adiós, mundo de la oscuridad; hola cielo de la luz.
-No tiene pulso -anuncia el guardia-. Ya se ha ido, todo ha terminado.

lunes, 5 de enero de 2009

Preludio 1ª parte (antiguo)

Su madre era muy lista. Alguna vez intentó enseñar a su hija las nociones más básicas de la lectura, pues su conocimiento sobre dicho arte no llegaba más lejos. Pero era demasiado difícil para ellas, una no sabía enseñar bien y a la otra no le interesaba lo más mínimo.
-La mayoría de gente no sabe ni leer ni escribir, ¿para que voy a ser yo diferente?
-Porque quiero que seas alguien. Quiero ver que mi niña tiene la oportunidad de tener un trabajo. Algo que puedas hacer lejos de este valle. Que tengas dinero, y una familia. Y pasa que puedas salir de aquí, para que puedas abrirte camino en el mundo, necesitas saber leer y escribir.
En cuanto a su hermano, pocas palabras bastaban para describirle. Estúpido bastardo roncador. Así lo definía Sariel, el estorbo que por la noche no la deja dormir; el pesado que la molesta cuando intenta ayudar a su padre en el oficio; el eso que nadie puede aguantar. Realmente era buen chico, gracioso y simpático. Algo tacaño, ¿pero acaso hay alguien que no tenga defectos? Y su principal fallo era que roncaba. Y roncaba mucho. Demasiado. Incluso lo hacía con diferentes intensidades.
Un día la niña se levantó molesta y cansada, pues su hermano la importunó la no noche entera con unos ronquidos muy sonoros. Nunca roncaba tan alto como entonces, y eso sólo significaba problemas, cualquier tipo de ellos. Estaba demostrada, como más profundo era el sueño del joven -causando ronquidos mucho más fuertes- peor sería el problema.
Y en efecto, así sucedió. Fue esa misma noche. La Luna resplandecía en lo alto del cielo. 
En lo lejos, en la profundidad del valle, llamas aparecieron. Un séquito de hombres cabalgaban sobre sus fieles corceles. Avanzaban a gran velocidad.
Eran cazadores de esclavos. Asaltaron el poblado. Nada se salvó, ni siquiera la pequeña granja del viejo molinero situada muy lejos del pueblo. Sariel y su familia fueron apresados. Los mantuvieron cautivos durante dos lunas llenas a bordo de un barco. Se pasaban el día maniatados en la cubierta. Lo más afortunados tenían derecho a ayudar limpiando el buque o trabajando en cocina.
Sariel tenía siete años cuando al fin desembarcaron en un puerto mercante. El hombre que dirigía a los presos caminaba en frente del grupo. Los hizo parar en una de las confluencias del puerto. Allí mantuvo a las veinte personas que custodiaba en pie, como lo harían en el ejército. Todos los marineros que pasaban delante miraban como si de objetos en escaparate se tratasen. Algunos de ellos se acercaban al hombre de la cicatriz en el ojo, el que tenía pintas de pirata que estaba junto al jefe. Negociaban. Al principio, el niño más joven del grupo, de unos cuatro años, preguntaba a Sariel el tema de las charlas de esos señores.
-Quieren comprarnos, como esclavos -le respondía siempre -.y si nolo han hecho todavía es porque no consiguen un buen precio.
-Las personas no se venden -el niño intentaba convencerse de tal suceso-. No somos objetos...