lunes, 5 de enero de 2009

Preludio 1ª parte (antiguo)

Su madre era muy lista. Alguna vez intentó enseñar a su hija las nociones más básicas de la lectura, pues su conocimiento sobre dicho arte no llegaba más lejos. Pero era demasiado difícil para ellas, una no sabía enseñar bien y a la otra no le interesaba lo más mínimo.
-La mayoría de gente no sabe ni leer ni escribir, ¿para que voy a ser yo diferente?
-Porque quiero que seas alguien. Quiero ver que mi niña tiene la oportunidad de tener un trabajo. Algo que puedas hacer lejos de este valle. Que tengas dinero, y una familia. Y pasa que puedas salir de aquí, para que puedas abrirte camino en el mundo, necesitas saber leer y escribir.
En cuanto a su hermano, pocas palabras bastaban para describirle. Estúpido bastardo roncador. Así lo definía Sariel, el estorbo que por la noche no la deja dormir; el pesado que la molesta cuando intenta ayudar a su padre en el oficio; el eso que nadie puede aguantar. Realmente era buen chico, gracioso y simpático. Algo tacaño, ¿pero acaso hay alguien que no tenga defectos? Y su principal fallo era que roncaba. Y roncaba mucho. Demasiado. Incluso lo hacía con diferentes intensidades.
Un día la niña se levantó molesta y cansada, pues su hermano la importunó la no noche entera con unos ronquidos muy sonoros. Nunca roncaba tan alto como entonces, y eso sólo significaba problemas, cualquier tipo de ellos. Estaba demostrada, como más profundo era el sueño del joven -causando ronquidos mucho más fuertes- peor sería el problema.
Y en efecto, así sucedió. Fue esa misma noche. La Luna resplandecía en lo alto del cielo. 
En lo lejos, en la profundidad del valle, llamas aparecieron. Un séquito de hombres cabalgaban sobre sus fieles corceles. Avanzaban a gran velocidad.
Eran cazadores de esclavos. Asaltaron el poblado. Nada se salvó, ni siquiera la pequeña granja del viejo molinero situada muy lejos del pueblo. Sariel y su familia fueron apresados. Los mantuvieron cautivos durante dos lunas llenas a bordo de un barco. Se pasaban el día maniatados en la cubierta. Lo más afortunados tenían derecho a ayudar limpiando el buque o trabajando en cocina.
Sariel tenía siete años cuando al fin desembarcaron en un puerto mercante. El hombre que dirigía a los presos caminaba en frente del grupo. Los hizo parar en una de las confluencias del puerto. Allí mantuvo a las veinte personas que custodiaba en pie, como lo harían en el ejército. Todos los marineros que pasaban delante miraban como si de objetos en escaparate se tratasen. Algunos de ellos se acercaban al hombre de la cicatriz en el ojo, el que tenía pintas de pirata que estaba junto al jefe. Negociaban. Al principio, el niño más joven del grupo, de unos cuatro años, preguntaba a Sariel el tema de las charlas de esos señores.
-Quieren comprarnos, como esclavos -le respondía siempre -.y si nolo han hecho todavía es porque no consiguen un buen precio.
-Las personas no se venden -el niño intentaba convencerse de tal suceso-. No somos objetos...

2 comentarios:

  1. Sólo dos cosas.

    A veces tienes faltas de ortografía, otras veces unes palabras.
    Por lo demás, me ha gustado, se ve que ya has ido encontrando la forma; el contenido está claro que lo tienes. felicidades.

    Att,,
    Neera

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  2. oooooooohh que booniitoo !! me encanta *.* en serio, e ha encantado... O.O vale, que tienes algunas faltillas, pero se nota que son de pasarlo a ordenador.xD y bueno, que me encanta la historia. Quiero saber mas de Sarieel!! xD

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