sábado, 7 de febrero de 2009

Helado

Enfundada en una capa de crema solar, caminabas con tu padre junto al mar. Tenías cuatro años, y tu helado de vainilla bastaba para llenarte de felicidad. Cerca había un grupo de niños que jugaban con una pelota. Con la Eurocopa, habían brotado partidillos por toda la playa. Pero la desgracia acechaba el momento. Una patada demasiado impetuosa envió la pelota directa a tu brazo.
El helado del que tanto disfrutabas fue a parar a la arena y empezó a derretirse con el sol. Las olas irrumpieron en el cucurucho, arrastrando tu felicidad cual barco sin vela. No pudiste evitar romper a llorar.
Tu padre no pudo evitar comprarte otro helado, del que volviste a disfutar.