martes, 30 de junio de 2009

Lágrimas sobre un piano antiguo

Al abrir los ojos, tras una pieza corta, se vislumbraban unas lágrimas tímidas y furtivas, que empezaron a deslizarse mejilla abajo. Sollozó. Inés le abrazó.

-Suéltame, que es vergonzoso.

-¿Sabías que cuando llevan a las vacas al matadero, antes se les aplica presión? Sirve para que se calmen. Les baja la presión de la sangre y se relajan. Así que déjame, que ya me cuesta lo mío abrazarte con fuerza, que eres muy grande.

Pedro no decía palabra alguna. Agarraba con fuerza el brazo de Inés,  para que no le dejara ir. Inés apoyó su cabeza en su hombro.

-Venga, cálmate. ¿Qué te pasa, por qué lloras?

-No lo sé...

Pedro parecía débil. Inés le besó en la mejilla con cariño.

-No lo sé. Me ha devuelto muchas sensaciones... recuerdos. Hacía años que sólo tocaba para mí mismo. Siempre me he sentido mal por haberlo dejado. Siempre me he arrepentido, ¿sabes?

-¿Entonces por qué lo dejaste? Realmente tienes talento.

-Yo no sabía que ahora me sentiría así. No soy vidente. No podía ser. Todos los chicos hacían cosas más... Y yo me sentía diferente. Así que lo dejé.

-Nunca debiste haberlo dejado.

-Lo sé. Ahora lo sé.

Pedro lloraba. Con la respiración levemente más pausada, se giró hacia la chica y la abrazó. Ella se sintió extraña, pero también hizo lo mismo. Se mantuvieron juntos hasta que la explosión de sentimientos reprimidos dejó a Pedro respirar con aparente normalidad. La soltó y se levantó. Abrió la puerta y se volvió.

-Lo siento, en serio. Gracias por todo, Inés, gracias. Creo que será mejor que me vaya. Si le cuentas a alguien lo que ha pasado, lo negaré.

-¿Qué ha pasado? Yo ya no me acuerdo –respondió con ironía.

-Gracias por devolverme una de las cosas que más he querido.